Cuando comencé a viajar todo se volvió desconocido. Los lugares, las personas, el idioma, los trabajos. Todo era distinto, nada se parecía a la vida que llevaba en mi país, muchas veces quise “huir”, mi mente muchas veces me llevó por caminos limitantes: no podés, tenés que volver, todo es muy difícil, si yo estaba mejor en casa, y mi gran frase: quién me mandó a venir hasta el culo del mundo!?

Cuando uno viaja el tiempo se desdibuja y todo se intensifica, las emociones están a flor de piel, es que no tenemos esa red de contención cerca, esa famosa “zona de confort” que nos aliviana el corazón. Lejos, todo se siente distinto, y lo distinto se intensifica. Las cosas no salen como mi cabeza lo había planeado y el sentimiento de soledad a veces suele ser muy profundo, aunque estemos rodeados de gente. Ponerle cuerpo a la incomodidad molesta, cansa y agota, pero es el motor que invita al movimiento, que si no me muevo me estanco, me pierdo. Moverme a veces genera miedo porque no sé hacia dónde voy, qué habrá después y lo incierto muchas veces paraliza.

Esperance, Wester Australia

Animarme a atravesar todas esas incomodidades abrió el espacio para la magia. Lo distinto se transformó en poder, verme atravesar cada espacio de incomodidad, cada sentimiento de soledad, derribar cada no puedo y volverlo a intentar, creó en mí una nueva versión, alguien que no sabía que estaba ahí. Comencé a conocerme de una nueva manera. Mis esquemas mentales y mi forma de percibir el mundo se quebraron, entró nueva luz, había otras formas de atravesar situaciones y siempre la respuesta estaba en mí, en mi poder para intentar, en mi flexibilidad para cambiar. En motivarme para avanzar, y también en hacer lugar a mi vulnerabilidad y pedir ayuda cuando lo necesitaba.

Salir de lo conocido me hizo conocer una nueva versión mía, ni mejor ni peor, simplemente “distinta”. Ya no tenía pensamientos de huida, ahora empezaba a disfrutar de “la magia de lo desconocido”.